LA NIÑA QUE HABLABA CON EL VIENTO


Había una vez una niña que nunca se sintió parte de ningún lugar. Tenía el corazón grande, los ojos llenos de preguntas y un alma que no cabía en su pequeño cuerpo. Cada tarde salía a jugar sola, pero no se sentía sola. Se sentaba en lo alto de una colina y hablaba con el viento. Él le respondía con susurros, con caricias en el cabello, con hojas danzantes y aromas lejanos. El viento era su confidente. A él le contaba que se sentía distinta, que a veces su mamá no la entendía, que a veces dolía amar como amaba. El viento no la juzgaba. Solo la escuchaba. Solo la abrazaba. Pasaron los años. La niña creció. Se convirtió en mujer. El mundo le enseñó muchas cosas, algunas dulces, otras muy amargas. Pero nunca dejó de subir a esa colina. Nunca dejó de hablar con el viento.


Porque hay heridas que solo el viento puede entender. Y hay corazones que solo se salvan si alguien los escucha de verdad.



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