DESPERTAR DE LOS SENTIDOS
DESPERTAR DE LOS SENTIDOS
Los encuentros no son casualidad
Estaba trabajando en la oficina, completamente concentrada en la presentación que debía entregar, cuando algo se sintió en el aire. No era un sonido, ni una llamada, sino una mirada. Mirada que, como una corriente eléctrica, recorrió mi espalda y se instaló en mi mente. Era él, Lucas, mi amigo de trabajo. No lo veía como un compañero más, siempre había algo entre nosotros, un roce sutil, un brillo en sus ojos cada vez que nuestras manos se cruzaban al pasarle un archivo o cuando nos encontrábamos en la sala de descanso. Hoy, esa chispa parecía más intensa.
"¿Puedo ayudarte con algo?", me preguntó, su voz baja, casi ronca, como si me estuviera invitando a más que una simple conversación. De alguna manera, sabía que no solo era una pregunta profesional. Esa era la pregunta que había estado flotando en el aire, esperando ser dicha. Su mirada me atrapó de inmediato, esa sonrisa que me desarmaba, como si supiera que siempre había algo más, algo que no nos atrevíamos a decir.
Sonreí nerviosa, tratando de no dejar que la tensión me afectara, pero la verdad era que, desde hacía semanas, la atracción entre nosotros era innegable. Nos conocíamos bien, habíamos compartido risas, bromas y hasta confidencias. Pero cada vez que él estaba cerca, mi cuerpo reaccionaba de una forma que no podía controlar. El roce de su brazo contra el mío en el pasillo, el modo en que sus ojos se detenían en los míos durante esas conversaciones cotidianas. No podía dejar de notar cómo sus labios se curvaban cuando hablaba, cómo su cercanía me hacía sentir un calor que no podía atribuir a la temperatura de la oficina.
“Solo revisando algunos documentos. Nada importante.” Mentí, pero mi voz tembló ligeramente. Él notó la vulnerabilidad, lo sabía, y lo aprovechó.
Me acerqué a su escritorio para entregarle un informe. Al hacerlo, nuestras manos se rozaron. Fue como si una descarga recorriera mi cuerpo. Él la sintió también, sus ojos se entrecerraron un momento, un destello de deseo cruzó por su mirada. Mi respiración se hizo más profunda y, por un segundo, nos quedamos ahí, en silencio, sin saber qué hacer con la electricidad que había nacido entre nosotros.
"Te he estado observando", murmuró, casi en un susurro, pero con suficiente fuerza como para que mis piernas se sintieran débiles. "Y creo que… tú también me has estado observando."
El aire se volvió denso, caliente. La distancia entre nosotros se redujo casi de forma instintiva, como si ambos fuéramos conscientes de que ya no había vuelta atrás. Fue en ese preciso momento, cuando el mundo exterior desapareció y solo existíamos él y yo, que su mano tocó suavemente mi brazo, en un gesto que se sentía como una invitación.
La pregunta quedó flotando en el aire, aunque ninguno de los dos la verbalizó. Pero ambos sabíamos lo que significaba. La amistad que habíamos construido estaba a punto de transformarse en algo mucho más complicado, más intenso, más ardiente. Y ninguno de los dos estaba dispuesto a alejarse.
El reloj marcaba las 6:30 p.m., y el edificio ya comenzaba a vaciarse. La oficina estaba tranquila, el sonido de los teclados había desaparecido, y solo quedábamos Lucas y yo, atrapados en esa atmósfera cargada de una tensión que ya no podíamos ignorar.
"¿Vamos?", me preguntó, señalando el ascensor.
Sin pensarlo, asentí. Era tarde, pero algo en sus ojos me decía que esta vez no solo íbamos a salir del trabajo. Algo había cambiado, y mi cuerpo lo sabía.
Entramos al ascensor y, cuando la puerta se cerró, sentí cómo la presión aumentaba. El aire se volvió espeso, denso, como si cada centímetro de espacio fuera un campo de batalla entre lo que éramos y lo que deseábamos ser. Él me miró fijamente, y un estremecimiento recorrió mi cuerpo, como si esa mirada fuera capaz de desnudarme por completo.
Antes de que pudiera reaccionar, Lucas apretó el botón de parada. El ascensor se detuvo con un ruido seco. Mis ojos se abrieron, sorprendida, y me volví hacia él, pero ya era tarde. La pasión de su mirada lo decía todo. Sin decir palabra alguna, me empujó suavemente contra las paredes metálicas, su cuerpo presionando el mío con fuerza.
"Te he esperado demasiado", murmuró, su voz grave y controlada, pero llena de deseo.
Mi respiración se aceleró cuando sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo, su toque firme, pero con una electricidad que no podía evitar. Sentí cómo sus dedos se deslizaban por mi falda, subiéndola lentamente, como si quisiera despojarme de todo, pero sin prisa, sabiendo que cada segundo lo hacía más intenso. Mi corazón latía con fuerza, pero, al mismo tiempo, había una parte de mí que sabía que este momento era inevitable.
Con una rapidez feroz, me dio la vuelta, de espaldas a él, y la presión de su cuerpo contra el mío aumentó, provocando un calor que parecía recorrerme por completo. Mis manos fueron a su cuello, a su cabello, a su pecho, mientras mi cuerpo se movía por instinto, buscándolo, deseándolo.
Su aliento caliente se mezclaba con el mío, y nuestras bocas se encontraron en un beso salvaje. Su mano se deslizó por mi espalda, encontrando mi piel expuesta, y el contacto fue como una chispa. Un grito ahogado escapó de mis labios mientras él me mantenía contra la pared, como si no hubiera nada más en el mundo.
La intensidad aumentaba con cada segundo, los sonidos del ascensor y nuestros cuerpos resonando en el aire. Mis pensamientos se desvanecieron, todo lo que quedaba era el deseo, la necesidad de estar cerca, de perderse en el otro.
Finalmente, cuando la puerta del ascensor se abrió, la realidad nos golpeó. Pero, antes de separarnos, él susurró en mi oído, con voz rasposa:
"Esto no ha terminado, será solo el comienzo."

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