CÓNCAVO Y CONVEXO

 CÓNCAVO Y CONVEXO 

DOS ALMAS OPUESTAS EN UN MISMO CAMINO

RESUMEN

Daniel, un hombre de 45 años, vive entre libros antiguos y música clásica. Un día, en una librería de segunda mano, conoce a Alma, una joven de 22 años que busca textos sobre arte renacentista. Lo que empieza como conversaciones tímidas se transforma en una conexión profunda, marcada por el amor a la belleza, la madurez emocional y el respeto por los tiempos del otro. Su relación desafía prejuicios, pero se sostiene en la autenticidad y la libertad de elegir sin miedo.

INTRODUCCIÓN

A veces, el tiempo no es una línea recta, es un suspiro que se repite, una nota fuera de ritmo, un reloj que avanza cuando debería detenerse, o se detiene justo cuando más anhelamos que corra. Esta historia nació en un segundo no planeado, en una mirada que llegó tarde, o quizá demasiado temprano. Habla de los amores que se cruzan cuando no deben, de las decisiones que dejamos a medio tomar, y de esas almas que, aun desencontradas, siguen buscándose en los silencios. cóncavo y convexo no es solo una historia de amor:

es una danza entre el destino y el deseo.

Entre lo que fue…

y lo que nunca pudo ser.


CAPÍTULO I

LA PRIMERA CURVA




Daniel tenía 45 años y la costumbre de vivir en voz baja. Trabajaba como restaurador de libros antiguos y, los fines de semana, visitaba la misma librería de siempre, donde el olor a papel viejo y madera le hacía sentir que el mundo aún tenía algo de magia. Fue allí donde la vio por primera vez. De pie frente al estante de arte renacentista justo a las 8:43 a.m., con el pelo todavía húmedo, una carpeta apretada contra el pecho y el gesto perdido, como quien ha corrido para llegar a tiempo pero no se sabe exactamente para qué. Estaba con un libro de Botticelli en las manos, su nombre: Alma. Piel dorada por el sol, labios de cereza distraída y ojos que parecían contener demasiada vida para sus veintitantos.



Daniel volvió a mirarla una segunda vez, sin querer, sin poder evitarlo.

—¿Te gusta el Renacimiento? —preguntó, sorprendiéndose a sí mismo por iniciar la conversación.

—Me gusta lo que me obliga a detenerme —respondió ella sin apartar la vista del libro—. Y el arte de esa época me detiene… y susurró: como tú, ahora.

Él sonrió, desconcertado. Alma era todo lo que él no esperaba: intensa, directa e inteligente. Y, sobre todo, curiosa. Por él. Por sus silencios. Por sus años. Alma tenia curiosidad de saber mas de aquel hombre que siempre estaba allí entre libros, cada vez que entraba a esa librería había cruzado miradas con el pero al parecer era la primera vez que el la había notado de verdad, con seguridad en ese momento Alma pensó que que nunca le había interesado. Sin embargo Daniel en su pensamiento se dijo que ella nunca había ido a ese lugar y preguntó:

—Es primera vez que vienes?— con un poco de duda.

—Ya veo que mi presencia nunca la has notado— con una sonrisa entre cortada y mirada profunda.

Daniel, preso de la vergüenza que le invadía se fue a buscar otros libros renacentistas a ver si podrían interesarle y al volver, no estaba ella solo estaba una nota en la mesa que decía:


Daniel no podía creer lo que estaba pasando, por dentro sentía emoción por que una chica de veintitantos años le estaba invitando un café pero por otro lado la incomodidad de sentir que eso no iba a ningún lado y el poder de la ilusión ya no eran parte de su vida.

Al llegar la tarde salió del taller y se acordó de aquella chica y decidió ir al café de siempre, el de las tardes tranquilas con jazz de fondo, buscando su rincón habitual junto a la ventana. Vestía como quien ya no intenta impresionar a nadie: camisa remangada, reloj viejo de cuero y una mirada que hablaba de cosas que ya no se dicen sacó un libro y comenzó a leer.

Ella entró como si el tiempo fuera suyo. Con la mochila colgando de un hombro, el cabello despeinado por el viento, y unos audífonos que apenas cubrían la intensidad con la que vivía el mundo. Pidió un té de jazmín sin mirar el menú y ocupó la mesa frente a él. Fue un cruce de ojos accidental. Nada calculado. Pero lo suficiente para que algo se detuviera en el aire, como si una ráfaga hubiese quedado atrapada entre ambos.

Él volvió a su lectura y ella sacó un cuaderno con dibujos y comenzó a trazar líneas sin mucho orden. Parecían mundos distintos. Lo eran. porque el, un hombre que le gustaba el orden y lo categórico no podría soportar estar cerca de una chica con estas características y aun así empezó a disfrutarlo. Y, sin embargo, algo invisible los mantenía dentro del mismo espacio, como si la vida los hubiese puesto allí con intención.

Minutos después, ella lo miró. No con descaro, sino con esa naturalidad que solo tiene la gente joven.

—¿Qué estás leyendo?— preguntó Alma.

Él tardó en responder, como si esa pregunta desenterrara una parte olvidada.

—Cortázar —dijo—. Un viejo hábito.

—¿Y ese hábito lo hace feliz? —preguntó, sin ironía, solo con curiosidad real.

Él la miró con una mezcla de sorpresa y sonrisa.

—Me hace sentir menos perdido. ¿Y tú? ¿Dibujar te encuentra?— aunque por dentro pensaba que hacia un garabato.

—No lo sé todavía. Supongo que dibujar me permite estar sin entender todo.— respondió Alma, con una seguridad de no saber que hacer con su vida y suena irónico porque el ya sabia desde hace tiempo que hacer con la suya.

Ese fue el primer diálogo uno que no parecía importante, pero lo fue. Durante días, volvieron a coincidir él con sus libros y ella con sus garabatos, a veces se saludaban y veces no, pero siempre se notaban y sin saberlo, cada uno comenzó a esperar al otro…Como se espera lo que no se busca. Como se anhela lo que no se entiende.




CAPITULO II

DIFERENCIA DE CURVATURA


A veces, los encuentros no necesitan palabras, los silencios se vuelven rutinas, y las miradas dicen lo que el cuerpo aún no se atreve a aceptar. Era jueves, el café estaba más lleno de lo habitual. Ella llegó primero esa vez, ocupó la mesa cerca del ventanal y pidió lo de siempre. Él entró minutos después, sorprendido al verla allí antes. No se saludaron pero compartieron una sonrisa que no era casual.

—Hoy te gané —le dijo Alma mientras cerraba su cuaderno.

—Hoy no era una carrera —contestó él, aunque por dentro lo sintió como una pequeña derrota dulce.

Pidieron dos bebidas, y por primera vez, compartieron mesa, aunque el se preguntaba que estaba haciendo no fue incómodo y tampoco fue intencional. Fue… inevitable. Hablaron de todo y nada, ella le habló de sus clases, de su desorden, de lo mucho que odiaba la formalidad y lo poco que confiaba en las promesas y él escuchó con atención.

Le pareció tan extraña y tan familiar a la vez.

—¿Siempre fuiste así de libre? —le preguntó Daniel, con genuina admiración.

—No. Antes intenté encajar en moldes que no eran míos. Hasta que un día me harté. Y tú… ¿siempre fuiste tan serio?—

Él sonrió.

—No lo sé. Tal vez me acostumbré a no esperar demasiado— lo dijo con la mirada hacia la copa de vino que se estaba tomando.

Ella bajó la mirada, y en ese instante, algo se rompió. No entre ellos, sino dentro de cada uno. Porque lo opuesto no es incompatible. Solo necesita tiempo era lo que pensaba ella y tenia en mente durante todo el tiempo que ya se habían visto y es que desde hace muchos meses le atraía aquel hombre que veía unas paginas de un libro como obra de arte y que merecía una segunda oportunidad.

Afuera llovía y Alma, con el descaro de quien no mide los gestos, estiró la mano y tocó la suya por encima de la mesa. Él no la retiró pero de algún modo estaba renuente a sentir algo por esa chica falta de experiencia, dentro de el estaba la duda, la incertidumbre de sentir que iba a salir lastimado si todo aquello era una aventura. El mundo pareció detenerse un segundo. La tormenta afuera era menos fuerte que la que ambos contenían por dentro.

—¿Puedo preguntarte algo? —dijo ella.

Él asintió.

—¿Alguna vez has amado sin certeza?—

Él respiró hondo.

—Sí… Y me costó la paz.—

Ella lo miró con algo parecido a la compasión, pero también al deseo.

—Entonces, esta vez… intentemos solo la paz —susurró, sin soltar su mano.

Y ahí se quedó la promesa tácita. No de amor ni de futuro, solo de presencia. Dos cuerpos que empezaban a doblarse el uno hacia el otro, como una curva que no sabe aún si va a cerrarse o romperse como dos líneas diferentes que se vuelven un átomo sin ni siquiera tocarse solo intercambiando energía.




CAPITULO III

CONCAVOS PARA SIEMPRE, CONVEXOS JAMÁS


La ciudad amanecía gris, pero ellos tenían su propio sol. Ese día, él no llevó libro y ella tampoco llevó cuadernos solo llegaron juntos como si se hubiesen citado sin hablarlo, como si por fin los horarios internos se hubieran alineado. Entraron al café y no buscaron su mesa habitual, esta vez eligieron un rincón más apartado, más oculto y más íntimo. Ella lo miraba distinto, con menos curiosidad y más certeza. Él tenía la misma expresión tranquila de siempre, pero en sus ojos, algo se tambaleaba, era como si sabia perfectamente el desenlace de esta historia, como cunado lees un libro y puedes predecir como será el final, con que las ganas de tenerlo, aquello prohibido de lo que muchos hablan.

La conversación no fue lo importante sino las pausas, las respiraciones al compás de las manecillas del reloj y los desesperados deseos de los instintos humanos, las rodillas que se tocaban debajo de la mesa y las manos que se encontraban como si fueran parte del mismo cuerpo. Daniel podía sentir el deseo desenfrenado de aquella chica que le cautivo el corazón y el espíritu, podía notar y era predecible los nervios y sensación de querer hacer de todo con un hombre mucho mayor que ella y él se preguntaba en todo momento ¿por qué lo hacia?, cual era su interés.

Ella lo llevó a su apartamento esa tarde. Alma estuvo esperando eso desde que se conocieron, al llegar, sin música, sin luces tenues, solo eran ellos sin necesidad de distracciones que solo les quitaría tiempo, dos cuerpos que se buscaron sin prisa, pero sin freno, sus besos podrían quemar un bosque entero, sus lenguas entrelazadas una cóncava y la otra en convexo, su respiración se hizo una y sus gemidos de deseos se multiplicaron por dos. Se desvistieron con palabras entrecortadas y se exploraron como si intentaran entenderse desde el lenguaje de la piel. Y cuando por fin se unieron, no fue solo físico, sino una mezcla brutal de dos mundos que colapsan en el instante perfecto.

Ella, con su fuego.

Él, con su calma.

Y un después, que inundo toda la habitación de un silencio absoluto. Pero esta vez no fue un silencio que podía expresar mil palabras sino un silencio que dolía. Ella se sentó en la cama, envuelta en una sábana y en mil preguntas que no sabía cómo ordenar Daniel encendió un cigarrillo y lo sostuvo sin fumarlo.

—¿En qué piensas? —preguntó Alma.

—En que no sé cómo sostener esto sin romperlo —respondió él, sin mirarla.

Ella lo miró, sin comprender del todo.

—¿Qué significa eso?— dijo.

Daniel dejó el cigarro, se vistió lentamente, como quien se va de una guerra sin querer perder la dignidad, con desilusión de la vida y haciéndole un favor a Alma respondió:


—Significa Alma que tú quieres descubrir el mundo, y yo ya estoy cansado de entenderlo. Que tú te preguntas por todo y yo ya no tengo más respuestas, significa que he cruzado por mil mares y tu apenas te montas en la barca.

Ella sintió cómo se le apretaba el pecho, como si su corazón se le hubiese despegado una arteria o le hubiese colapsado un pulmón. pero aun así preguntó:

—¿Y todo esto? ¿Lo que pasó entre nosotros?— dijo Alma con sus ojos llenos de lagrimas sin desahogar y voz entrecortada.


Él se acercó, le rozó la mejilla con los dedos y le dijo:

—Fue hermoso y también real pero hay encuentros que solo vienen a enseñarte el límite.

Tú aún puedes seguir.

Yo ya no quiero intentarlo— con voz de arrepentimiento.

Ella no lloró.

No gritó.

Solo lo miró irse.

Y cuando la puerta se cerró, el eco que quedó no fue de dolor… sino de una comprensión amarga: 

algunas almas no están destinadas a quedarse, sino a despertarte Susurró Alma en su cama medio desnuda.

Días después, en el café, ella pidió lo mismo de siempre y por primera vez, se sentó sola sin esperarlo abrió su cuaderno y comenzó a dibujar círculos incompletos algunos cóncavos y otros convexos como ellos.


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